Responder al llamado de las plantas

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Notas sobre El Pensamiento Vegetal. La literatura y las plantas, de Evando Nascimento  

Marcela Rivera Hutinel

“Este oficio de garabatear sobre las cosas del tiempo requiere que prestemos alguna atención a la naturaleza”. Tal es el consejo de Carlos Drummond de Andrade en la apertura de Habla, almendro (Fala, amendoeira 1957), crónica en la que describe un diálogo imaginario, mantenido el día del equinoccio, con su árbol más amado, al que llama su “ángel vegetal” (p.11). El almendro, que ha resistido inexplicablemente las demoliciones que abundan en la ciudad, le devuelve al cronista que, como él, envejece, el cobijo suave de su voz, invitándolo a imaginar un modo otro en el que la vida puede ser vivida y cuidada, atendiendo a las inclinaciones, vaivenes y tangencias de sus múltiples existencias singulares. El almendro le dice: “soy tu árbol de la guarda (…). Solo quiero que te otoñices con paciencia y con dulzura […]. Otoñízate con dignidad, hijo mío” (p.13). La voz del almendro, su aparición sonora, hace comparecer un don, una sapiencia proveniente de un viviente del que se nos ha inculcado que nada sabe, que nada siente, que nada tiene que enseñarnos, pero que aquí, pensando y sintiendo, dando cobijo a la existencia de los otros, deja en la vida y en la escritura del poeta su huella. Evando Nascimento nos hace partícipes en este libro de la “hermandad de las plantas” (p.93) con este “cultivador de tierras y letras” (p.139), invocando tanto la imagen de su infancia rural en Itabira, leyendo entre árboles de mango, como la del duelo vegetal que alberga su corazón ya envejecido en el poema “agritortura”. “Fitoliteratura”, así la llama Nascimento, escuchando en esta y otras escrituras el llamado de las plantas, el rumor de sus “huellas clorofílicas”, sofocado hasta el extremo por la voracidad extractivista y por las diversas prácticas de aniquilamiento que laceran nuestro mundo. “Son las propias plantas las que tienen algo que decirnos, con sus voces y escrituras vegetales” (p.22), afirma Nascimento en la introducción de este “ensayo de intervención” (p.13), dedicado a la memoria de activistas -Chico Mendes, Dorothy Stang, Marielle Franco, tantos otros- asesinados solo por defender la vida, por intentar forjar modos justos de cohabitar con la diversidad de sus formas. Este libro guarda también en su dedicatoria la memoria de los pueblos originarios expatriados, esclavizados y exterminados, ayer y hoy, enlazándose a la remembranza de sus sensibilidades y saberes, poniéndose a la escucha de sus “voces pensantes”, brutalmente silenciadas por la violencia colonial. Cimbra igualmente en su memoria el legado de Manoel, su padre, eximio conocedor de las plantas, de sus nombres y sus usos, semianalfabeto que aprendió a leer con maestría el texto del mundo recogiendo las enseñanzas de la tierra fértil y sus simientes. Este ensayo -nos advierte raúl rodríguez freire en su “Nota de traducción”- es ante todo un “manifiesto a favor de la vida(p.11), que recoge en la literatura, rastrillando en sus “poéticas vegetales”, nuevas formas de la crítica capaces de hacer surcos sensibles y materiales en los que pueda germinar el entrelazamiento sin jerarquía entre vivientes y no vivientes, para así, dice Nascimento, “vivificar el espacio violento de las necrópolis que habitamos” (p.21).

En un mundo donde, en nombre de la economía de la ganancia, el sacrificio selectivo de las vidas precarias, incluso el “sacrificio sin restricciones” (p.24), se ha vuelto la norma, Evando Nascimento se inclina hacia “las singularidades plurales del vasto «reino» vegetal” (p.16) para pensar con ellas formas de resistir a las políticas de la muerte. “Pensar las plantas, pensar con las plantas, recoger sus pensamientos como quien recoge flores y frutos es la tarea más urgente para una escritura que quiere ser verdaderamente pensante” (p.251). El hecho es que, a las plantas, la mayor parte de nosotros no las vemos ni escuchamos. Acaso, con dificultad, llegamos a nombrarlas. Sufrimos de “ceguera botánica”, de sordera clorofílica, de “analfabetismo vegetal”.  “Te estoy hablando a ti”, dicen las “flores del campo” del poema de Louise Glück que Nascimento dispone entre los epígrafes que fecundan como semillas en las aberturas de este libro en el que las imágenes literarias se trenzan con los argumentos como lo hacen con los troncos las enredaderas o las lianas. En el poema de Glück, las flores se dirigen a una serpiente, que las mira “a través de los barrotes de la alta hierba, agitando [su] pequeño cascabel”, pero podemos presentir que, si tuviésemos oído para su murmullo, comprenderíamos que estas palabras también nos están destinadas. Dicen las flores silvestres: “¿Son tus pensamientos en verdad tan apremiantes? […] tú jamás nos miras, jamás nos escuchas […] ¿Por qué este desdén por la amplitud del campo?” (p.33). Inquieren así al animal que asociamos, al menos bajo el prisma de lo humano, al poder y la sabiduría, haciendo que la pregunta recaiga sobre la verticalidad que domina nuestro paradigma antropológico, incapaz de volcarse hacia lo que considera pequeño o insignificante, acusando así las limitaciones -sensibles y éticas- de nuestra “concepción antropocéntrica” (p.53). Desde el saber y el poder, advierten con clarividencia las flores, se mira siempre hacia lo alto, olvidando lo que hay a ras de suelo. Con impulso deconstructivo, o más precisamente diseminal, Nascimento secunda su reclamo: “La deconstrucción o la diseminación de la conceptualidad de los conceptos metafísicos se dirige siempre, de un modo u otro, a la tradición humanista, al Hombre, ese ‘ser de pie’, erecto, vegetocarnofalocéntrico por definición y naturaleza, firme en su ‘posición erguida’ [station debout]” (p.149). Nascimento enhebra este pasaje a su lectura de “Pensar lo que viene”, texto en el que Derrida reafirma, como lo hace El pensamiento vegetal empujando su semilla hacia otras siembras (“no existe la verdadera lectura sin alguna forma de interpretación-injerto”[p.204]), la necesidad de remecer los cimientos del paradigma vertical y jerarquizante que subyace a las violencias devastadoras que el especismo humanista despliega sobre todo lo que considera bajo su dominio: “Convertir la ruina y la precariedad en potencia vital y arruinar o precarizar el poder violento -he ahí la tarea incesante del pensamiento diseminador” (p.153).

La invitación, entonces, es a aprender a pensar sin dejar de atender a lo que en la tierra se prodiga, inclinándose hacia las múltiples superficies, aún cuando sean ínfimas, en las que prolifera la vida, atesorando en cada brote la resistencia que emana de su frágil potencia. Ejercitarse, como dice Didi-Huberman, en un modo de “pensar inclinado”: “Inclinarse para pensar mejor (…), para devolverle su dignidad a las cosas más bajas, las más humildes y las más materiales” (p.152). Hay allí, a la altura de nuestros pies, por ejemplo, el herbaje. “Hierba es la vida precaria que preferimos no ver, pisando y siguiendo adelante” (p.76), dice Nascimento recordando a Macabea, la joven nordestina delgada y desposeída que Clarice Lispector retrata enLa hora de la estrella, y que Rodrigo, el narrador de la novela, compara con la existencia fútil de la maleza: “Ella era subterránea y nunca había florecido. Miento: ella era hierba” (p.24). Macabea, que poseía el don de ver lo que, como ella, era considerado pequeño e insignificante, tenía la costumbre de reparar en los brotes creciendo entre el asfalto, dedicándole “pensamientos gratuitos y libres” a su surgimiento imprevisible, a su simpleza compartida. “Para tal criatura exigua llamada Macabea la gran naturaleza se daba solamente en forma de hierba de cuneta […]. Contemplaba, solo por contemplar, la hierba. Hierba en la gran Ciudad de Río de Janeiro”. Allí, entre “las piedras del desagüe”, la muchacha veía crecer “la rala hierba de un verde de la más tierna esperanza” (La hora de la estrella p.55). “¡Guarden completo silencio, paralicen los negocios / aseguro que ha nacido una flor!”, escribe Drummond en su poema “La flor y la náusea” (p.21).  Aún nacen flores, gritan a su vez los Jaramagos, esas hierbas silvestres que se espigan amarillas en medio de la nada y a los que Nadia Prado dedica el poema donde resuena su nombre. En Jaramagos, la poeta dice que “el poema asoma en los ojos de un lago de hierbas” (p.45). Pensar en las plantas, escribir sobre ellas, es pensar y escribir con ellas. Con esta evidencia diseminante entre sus manos, Evando Nascimento nos extiende, con gesto de “misivista”, su deseo.

Todo mi deseo es que las plantas hablen a través de mí, a través de un ventriloquismo discursivo que me permita adentrarme en un territorio ilimitado, sin el deseo de abarcarlo con la mirada. De manera intelectual, pero sobre todo de forma sensitiva, quisiera que los árboles, el jardín, el monte, las plantaciones, los bosques, la floresta, etc. atravesaran mi cuerpo reflexivo de las más variadas formas, engendrando con sus múltiples voces el discurso articulado que ahora presento. (p.15)

Dice este libro que las plantas nos ayudan a sacudir nuestras certezas. Que, si las observamos con atención, se derruman muchos de nuestros prejuicios, metafísicos y especistas, enseñándonos  a leer y a escribir de otro modo el texto del mundo. “Leer es cortar, injertar, replantar, sembrar, para que la cosecha sea fructífera”, afirma Nascimento (p.32), siguiendo el filamento del pensamiento vegetal, tanto del que emana de las mismas plantas como refiriéndose a la factura del experimento escritural cuya traducción en Ediciones Mimesis celebramos y que permanece, allá y acá, ligado a sus raíces y, al mismo tiempo, proliferante en sus esquejes. Con su existencia modular y colectiva, la vida vegetal nos invita a descentrarnos, a pensar más allá de los límites de lo humano. “Pensar entonces -dice este ensayo hacia su final- puede traducirse como vegetar, en un sentido potente: vibrar como la materia viva, ligada para siempre a lo no vivo que la sustenta y que es sostenido por ella” (p.324).  Contra la tradición crítica que asocia la literatura al humanismo tradicional,  humanismo del hombre erguido, que mira, piensa y actúa en detrimento de los demás vivientes, Nascimento cosecha en la experiencia literaria una forma radical de apertura a la alteridad que brota desde las narrativas vegetales. Su gesto de pensamiento insiste en las imágenes que su mano nos extiende, dibujos, collages y pinturas entreverados a la materialidad de la palabra, intercalados entre las páginas y en las contratapas de este libro, que tentativamente llamamos bosquejos porque, como la palabra búsqueda, nos acerca etimológicamente al catalán u occitano bosc, término del que procede el español “bosque”. “Todo mi deseo en esta búsqueda o investigación (recherche) es reinterpretar la precariedad de la vida vegetal como un poder ético, político y estético” (p.121), dice Nascimento de este  ensayo en el que trazo, letra, célula y deseo se entreveran en las hojas de papel que constituyen su soporte. Pensar, junto a Nascimento y su amor por eso que piensa y murmura en la savia de las plantas, puede traducirse por vegetar, si entendemos por ello un modo de vivificar el mundo. Así, sin vitalismo idealizante, tan solo vívida, intensamente, con otras y otros, aprendiendo cada vez a esparcirnos como las esporas de los dientes de león, a otoñar dignamente como los almendros, a persistir como los jaramagos que, incluso en la tierra asolada, “echan brotes y florecen”.

Referencias bibliográficas

 

Didi-Huberman, Georges (2015). “Pensar inclinado”. Calibán. Revista Latinoamericana de Psicoanálisis, nº13, pp.147-156.

Drummond de Andrade, Carlos (1957). Fala, amendoeira. Río de Janeiro: Livraria José Olympio.

____ (2009). “La flor y la naúsea”. Carlos Drummond de Andrade. Poesía Moderna. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México.

Glück, Louise (2006). “Las flores del campo”. El iris salvaje. Trad. de Eduardo Chirino. Valencia: Pre-textos.

Lispector, Clarice (2011). La hora de la estrella. Trad. de Gonzalo Aguilar. Buenos Aires: Ediciones Corregidor.

Nascimento, Evando (2023). El pensamiento vegetal. La literatura y las plantas. Santiago: mimesis. 

Prado, Nadia (2016). Jaramagos. Santiago: Lom.

 


Marcela Rivera es profesora de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Este texto fue leído en la presentación de El pensamiento vegetal, realizada en Valparaíso el 15 de diciembre de 2023. 

Imagen: Evando Nascimento.