La Crítica crítica, aunque se considere muy por encima de la masa, siente, sin embargo, una infinita conmiseración por ésta. Es tan grande el amor que la Crítica siente por la masa, que ha enviado cerca de ella a su Hijo unigénito, para que cuantos crean en él se salven y puedan gozar de la vida crítica.
Karl Marx
El arte no es un espejo para reflejar el mundo, sino un martillo con el que golpearlo.
Vladímir Mayakovski
1. Puedo estar equivocado, pero el revuelo que ha causado la web serie Paradojas del nihilismo, producida por un colectivo interdisciplinario no académico, no tiene comparación, por lo menos a nivel “local”, con ninguna crítica formulada previamente a la forma universidad. Su recepción ha sido sorprendente, dentro y fuera del país. Ello, en parte, se debe a su soporte, al formato y a su apuesta visual en general, pero también al hecho de que no está destinada a quienes ejercen el trabajo académico, ya sea como profesores y/o investigadores, sino a cualquiera que la cuestión universitaria le interpele. Con todo, también algo no fácil de asir ha provocado en muchxs que la han visto y, curiosamente, que no la han visto, y eso que su transmisión aún no ha concluido: así como ha sido aplaudida, en contraste, ha sido denostada en diversas plataformas por personas que se pueden ubicar, con distintos énfasis y grados, tanto a la “derecha” como a la “izquierda”, pasando por un infaltable “centro”. No tengo respuesta al respecto, pero no quiero dejar de señalar la sorpresa que produce la situación: un cierto acuerdo no explícito entre estudiantes, profesores e intelectuales de heterogéneas inscripciones políticas (unas más explícitas que otras) jugado en el mundo real de las redes sociales, coronado, como no podía ser de otra manera, por mutuos y deseados likes o corazones (depende de la plataforma), que hacen –junto a posteos– de palmadas en el hombro. A esto algunxs le llaman crítica.
2. Segunda sorpresa y quizá más llamativa, considerando las supuestamente distintas posiciones que han estado abasteciendo, junto a este mismo texto, los algoritmos de Mark Zuckerberg: la generalización de la denostación, el “todo o nada”; entrevistadxs y entrevistadorxs puestos dentro del mismo saco, como se dice, aunque unx que otrx es “salvadx” por unx que otrx espectador/a, en función de sui géneris “afinidades electivas”. Algunas de las contradictorias etiquetas empleadas dan cuenta de esta sui géneris “recepción”: críticos de la universidad / defensores de la universidad; modernos / posmodernos; flojos / hiperproductivistas; elitistas / populistas; bellistas / antibellistas; generalistas / particularistas, etc., etc., etc. Estas etiquetas pueden ser aplicadas a lxs entrevistadxs, a lxs entrevistadorxs o a ambxs. Por mi parte, no sé en cuál de todas podríamos ubicar a María Olivia Mönckeberg. Por el contrario, dependiendo de sui géneris lecturas, y sin que se me conozca o sin saber (realmente) cuál es mi trabajo (sobre la forma universidad, por ejemplo), más allá de escuchar en un par de segundos o minutos editados ideas sueltas, “yo” podría estar en cualquiera… o en todas. Vaya, sin siquiera saber si “yo” o cualquier de lxs entrevistadxs pensamos igual o lo mismo que lxs entrevistadorxs. Extensas entrevistas, como no podía ser de otra manera, completamente editadas, se indiferencian bajo aquellas simplificadoras etiquetas. No conozco a la mayoría de quienes participan de la web serie, ni puedo hacerme una idea acabada de lo que piensan, ¡ni siquiera de lo que piensan de la universidad!, a partir de lo que he visto o escuchado. Una idea general, sí. Pero una idea general no es suficiente para realizar el tipo de denostaciones que se han posteado en diversas plataformas, por lo menos no de parte de intelectuales o académicos que se reputan de tales. Aunque puedo estar equivocado.
3. No conocía al colectivo Pliegue antes de que me contactaran. En la primera conversación percibí que teníamos miradas distintas sobre la universidad y su(s) crisis, hasta el punto de sorprenderles que habiendo criticado no poco a la forma universidad y el modo en que –no solo hoy, si bien con un énfasis en el “presente”– se viene realizado el trabajo intelectual, insista en que la universidad sigue siendo un espacio importante para mejorar las condiciones de vida de la sociedad en su conjunto, un espacio, además, que hace del saber un (no el) ámbito relevante de una educación dable de volcarse hacia la emancipación. Lo señalo, a modo de síntesis, remitiéndome a la etimología de educar, cuya acepción es doble: por un lado, guiar o conducir, y, por otro, una experiencia bien distinta, porque tiene que ver con alterar, con “llevar al margen, sacar fuera”, movimiento, señala Massimo Recalcati, “donde la educación confluye con la seducción” –como quiso Jacotot o, más “cerca nuestro”, Simón Rodríguez. No es la universidad como forma el único espacio que puede cumplir estos roles, lo cual es motivo de celebración, pero su masificación da cuenta que se trata de un territorio que solo su caricatura (o su mala comprensión) puede imaginar anclado en el siglo XIX (o antes, incluso) y, por tanto, circunscrito a una idea de elite, que, como ha mostrado muy bien Robert Kurz, poco o nada tiene que ver con los explotadores de hoy. Así que cuando me enteré de qué iba la web serie, teniendo en cuenta todas las diferencias que nos cruzaban (incluyendo las de formato), y que, luego de los 3 capítulos que he visto, nos siguen cruzando, agradecí la invitación: su apuesta se sostiene, no en su totalidad, pero se sostiene. ¿Existe alguna sin fisuras? A partir de un conjunto de leyes, la forma universidad nuevamente ha mutado: sus trabajadorxs han sido convertidxs en emprendedorxs, el saber en producto de consumo y lxs estudiantes en clientes (que devendrán prontamente emprendedorxs). Se trata de una tendencia global que no ha logrado imponerse completamente, en parte, gracias a que no pocos han resistido esta mutación, apostando por seguir siendo trabajadores o estudiantes, que comparten, como diría Recaltati, la erotización del saber. En su momento, recomendé a Pliegue varios nombres, entre esos, algunxs de los que hoy critican la web serie. ¿La criticarían de haber sido invitados? Dejemos mi parecer en suspenso: seguramente dirían que sí. Pero luego de ver que yo diría que sí, dirían que no, pero….
4. Problemas de lectura, entonces, pero que no es reciente; no responde a la serie o sólo a la serie. Y se suma al del lugar del o la lúcida “intelectual” (el juego de las vanidades, “dentro” y “fuera” de la universidad, si es que, bajo el neoliberalismo, “dentro” y “fuera” tienen algún sentido… cuestión a discutir), que cree (creemos) tener siempre la razón, una razón que se vuelve agresiva (gratuitamente además) cuando se le develan sus flaquezas (aunque ello no siempre es necesario), porque no hay nadie que no las tenga, unxs las encubren mejor que otrxs. Algunxs ahora dicen que el problema no es el paper, que “mi” universidad no es así (o asá), que en “mi” universidad (o “mi” facultad, o “mi” carrera o “mi” curso) eso no pasa, que aquí a nadie se ha despedido por no publicar, etc., etc., etc. Resulta que cuando se toca un punto cercano a unx, la generalización denostadora se reconvierte en defensa del trabajo propio, singular, presentándoselo en algunos casos además como moralmente superior. Léase moral como sinónimo de política, y la defensa se de-vela indefensa, mientras la ética se extravía.
5. Este problema de lectura o especulación, como diría Marx, que ha hecho de la caricatura y las generalizaciones un modus operandi de su “crítica”, en parte, solo en parte y siempre de diversas maneras, unas más explícitas que otras, se ha venido presentando, con bastante anterioridad a Paradojas del nihilismo, como anti-intelectual, y como tal rememora escenas de los noventa, de los ochenta, de los setenta, de los sesenta (década en la que Richard Hofstadter publicó su famoso libro), y así… operación aún más incomprensible cuando se realiza desde la propia “academia”, y ello a veces en nombre de un dudoso sujeto subalterno que se dice “acompañar” en su lucha: personas que han pasado por la universidad, que han hecho un postgrado (aunque esto no es necesario para la expurgación) y que incluso trabajan en una universidad (aunque esto tampoco es necesario para la expurgación), señalan que hay ciertos saberes irrelevantes y que considerarlos, leerlos o recomendarlos devela una posición reaccionaria. Algunxs también saben, mejor que lxs propixs subalternxs, lo que estxs necesitan. Insisto, esta actitud no es nueva, tampoco compartida por todxs quienes “critican” la serie, pero de cierta manera está presente y da cuenta de una fisura entre personas que parecieran compartir un cierto horizonte, que se debe o que deberemos confrontar en algún momento. Por qué el “pueblo” no puede aprender latín, me preguntaba hace unos años, instalando así un tiempo heterogéneo al de la equivalencia general y la abstracción en el orden del trabajo. Más que denostar, la crítica debiera, entre otras tareas, contribuir a esta posibilidad. No hace falta recordar La noche de los proletarios, sino a quiénes leían El Capital antes de que este entrara en las universidades como objeto de estudio, politizándolas a contrapelo. Los afro descendientes que escribían en The Limon Times, de Costa Rica, lo hacían en prosa y versos que no le hacían asco al latín. Para no hablar de la prensa popular en general… Incluso podemos recordar la apropiación creativa de la letra, realizada ya sea por los esclavos de la cuba decimonónica, como ha mostrado Julio Ramos, ya sea por el “pueblo” yanomami, como ha mostrado Bruce Albert. Lo cierto es que resulta condescendiente (y moralmente problemático) señalar desde una posición que se puede reconocer como intelectual, independientemente de su lugar de enunciación, qué deben o no leer los que supuestamente trabajan solo con sus manos, y además considerar que solo dándose determinada forma u orgánica se les reconocerá agencia política, pasando por alto, como señaló lúcidamente Deleuze, que se puede ser un antifacista a nivel macro, sin darse cuenta del fascista que llevamos dentro o en el que nos podemos convertir. Tal condescendencia reinstala una operación que redobla la distinción, en lugar de problematizarla o anularla, porque no hay pensamiento sin manos, ni manos sin pensamiento. Una política, por cierto, cara a Mayakovski, y nefasta para la emancipación. Hace ya casi cuarenta años el historiador indio Ranajit Guha mostró lo nefasto que resulta para la desujeción considerar la política exclusivamente a partir de un discurso modernizante: “la imagen del rebelde campesino pre-político”, el movimiento de los trabajadores agrícolas ingleses “espontáneo y no organizado” o “el bandidaje social que no está cerca de ninguna organización o ideología”, referentes señalados y denostados por Eric Hobsbawm, son releídos por Guha como eurocéntricos y dependientes de una narrativa metafísica peligrosa que no permite entender las formas heterogéneas que adquiere la insurgencia y sus políticas. La condescendencia, repito, no atraviesa todas las denostaciones de la serie, como tampoco el anti-intelectualismo, pero aparecen una vez más, y hay que problematizarla, así como también hay que hacerlo, sin idealizaciones, respecto de la falta de articulación, y no solo al “interior” de la universidad, sino también entre nuestras destinas posiciones. Ello implica considerar, y por ahora solo lo enuncio, la singularidad que adquiere el trabajo (intelectual o no) en el siglo XXI, las implicancias que tiene su vínculo con las nuevas tecnologías, y obviamente los modos de producción a los que se articula, abasteciéndolos o impugnándolos, teniendo en cuenta que, por ahora, no hay afuera del capital, un afuera que, entre todas y todos, tenemos que producir. Se trata, como decía un querido profesor, de inventarle mundos a este que nos han impuesto.
6. Frente a la evidente descualificación de la forma universidad, no son pocos los que insisten que el pensamiento debe comenzar a buscar otras formas. Contribuye a este entusiasmo la disponibilidad y el acceso virtual a una cantidad inimaginable de materiales, pudiéndose apostar por la autoformación. Ok. Pero tal consideración ve la universidad como un caduco reservorio, un archivo algoritmizado, en lugar de un espacio de experimentación heredero del trabajo manual: sí, los primeros profesores o maestros antes que intelectuales, se consideraron trabajadores, pues como mostró Kropotkin, la “jurisprudencia propia y el apoyo mutuo” de las primeras unviersitas del saber no referían conocimiento universal, sino gremio, por lo que tomaron su forma de herreros y artesanos. Si la universidad hubiese sido solo la escucha o la lectura de una monótona lección, hace mucho que habría desaparecido. Por el contrario, la universidad ha sido y, en parte, aún sigue siendo una plataforma más a través de la cual se puede impugnar la naturalización o mitificación del mundo que habitamos, a la vez que entrega elementos para su transformación. La relevancia de constitucionalistas ante la violencia estatal desplegada a partir del llamado estallido social, o, bajo la pandemia, la que han adquirido periodistas, epidemiólogos, físicos y profesionales de la salud, por nombrar solo algunas áreas, da cuenta no solo de la importancia que sigue teniendo la universidad para la democracia y la transformación de las condiciones de vida, sino también de que esta no ha logrado ser complemente disciplinada. Poderosas fuerzas, sin embargo, han querido y quieren aún someterla a sus intereses, y lo seguirán intentando. La forma universidad, por tanto, se encuentra atravesada por la ambivalencia y, en realidad, siempre lo ha estado: elitista, racista y falogocéntrica, pero no solo eso. Es un fármaco y su inclinación hacia el remedio o hacia el veneno no puede ser garantizado. Por otra parte, su masificación releva su centralidad política: da cuenta de una lógica mercantil, pero, al mismo tiempo, amplía su resonancia, y su potencial emancipador. Si se la abandona, se pierde la posibilidad de interactuar con un universo de personas con las cuales se puede aprehender el mundo de manera heterogénea, pues son quienes impiden el cierre de la universidad sobre sí de manera heterogénea al neoliberalismo.
7. ¿Qué decir de los mejores tiempos pasados a los cuales la web serie estaría apelando? ¿O es mía esta defensa? ¡El horror, el horror! Hace ya un tiempo me apropié de una afirmación de Antonio Valdecantos, que me gustaría volver a recordar: nuestro “presente es tan malo como todos los presentes que fueron y que no merecen nostalgia”, pues “solo comparando unas calamidades con otras cabe adquirir conocimiento de lo singular de la propia”. Un viejo orador se lamentaba, ¡hace 20 siglos!, que solo los griegos habían gozado del tiempo requerido para el pensamiento. El famoso otium que, no lo dice este orador, posibilitaba la esclavitud y el patriarcado. Pero ya los contemporáneos de Platón se quejaban del mal tiempo que les había tocado en suerte. ¿Qué decir entonces, desde Chile y en el siglo XXI? Imagino que la crítica de la crítica de la crítica, cual San Bruno, ya tiene una vez más su ágil respuesta. Que se goce con ella y sus likes.
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imagen: fotograma de Magnolia, dirigida por Paul Thomas Anderson, 1999.