Imágenes en escena, son una presencia operacional en efecto que inscriben un momento presente dando forma a un espacio que podría llamar D’ailleurs[1]. Este espacio, es decisivo para analizar aquello que subyace en la imagen que introduce este escrito, es decir, aquello que está «por otra parte». Sin duda, el relato o, más bien, el llamado que traza la imagen, es una declamación radical: ¿qué nos mata : el virus « o » el hambre ? La consistencia psicogeográfica que atravieza la imagen, es un encadenamiento de voces que producen una creación crítica de una estrategia política, la cual interroga las formas de espaciamiento, esto es, del devenir espacio del tiempo. Un tiempo actual representado en esta imagen, en que la incertidumbre abarca la certeza tácita de una condición en la cual no hay elección (« Si » no nos mata el virus, « entonces » nos mata el hambre).
En virtud de aquello, esta imagen en escena es una forma sintáctica que liga, por una parte el contexto y el enunciado. Se trataría de una antologia de descripciones, de conceptos, de voces, de murmullos, de significaciones constitutivas y de cuerpos que han debido construir lugares de enunciación y de dialogos situados en efecto que entrecruzan lo visible, lo audible, lo inteligible, lo sensible y lo pensable. Por otra parte, en la especificidad de la declamación, implicitamente ahí no opera un nexo que denota la conjunción copulativa « y » (nos mata el virus « y » nos mata el hambre), sino que evoca, más bien, una retórica que alude a la conjunción copulativa « o » que, si bien, indica una alternativa (« o » nos mata el virus « o » nos mata el hambre) que puede apuntar a un valor exclusivo, es decir, anunciar una opción y no las dos a la vez ; lo cierto, es que además tiene un valor inclusivo que revela las dos a la vez, (si nos mata el virus « o » nos mata el hambre, entonces los dos nos van a matar) lo cual tiene un importe condicional donde, tal como vengo de indicar, no hay posible elección.
La inflexión de ese espacio d’ailleurs que la imagen se atribuye a si misma estriba en el hecho que existe una topología temporal del espaciamento en el cual un ritmo o, más aún, un modo de agitación admite el tiempo de un acontecimiento que proporciona el espacio de un “ahí”, de un “ahora”, en otras palabras, de un lugar que asegura una escena encarnada.
Desde esta perspectiva, la potencia inmanente de esta escena d’ailleurs conduce a desnudar una facticidad que ha conllevado nuevas formas de lo colectivo para poder buscar una elección. En tal sentido, dicha facticidad es el hacer (se) en la olla común. La olla común, no sólo ha aparecido como alternativa a la declamación radical y « sin elección » expresada en la imagen que sostiene este escrito, sino más aún ha comenzado, una vez más, a implementar la necesidad de un principio de lo común donde la co-participación pueda anudar una misma actividad que sirva como una manera de organización política y social.
Tomando el punto de vista histórico, en Chile la olla común tiene una trayectoria que se ha manifestado en la urgencia de resolver la exigencia básica de comer. En la época de la dictadura, con la implementación del modelo neoliberal, los sectores populares quedaron relegados a un espacio au-dehors del paisaje « oficial ». Sin embargo, esto significó proveer una operación en acto cuya puesta en escena fue la olla común que propició el posicionamiento del sujeto de habla popular quien ha convivido con un mal-estar en su palabra reflejado en su malestar corporal excluido y desposeído de su propia vivencia. De esta manera, el hacer (se) en la olla común se ha movido por un deseo de territorializar sus cuerpos hablantes en constante pugna; ha implicado el ejercicio de una voluntad por retrazar, en esa territorialidad, lenguajes y espacios usurpados, desgastados y no -reconocidos.
Pierre Dardot y Christian Laval, en su texto Commun : essai sur la révolution au XXIe siècle (La Découverte 2014), consagran la reflexión alrededor de una revisión de « lo común » en tanto un principio político que puede dar pistas para repensar la olla común como un memorial democrático y participativo. Más allá que la olla común convoca y ha congregado, a través de la historia de Chile, a satisfacer una necesidad básica del ser humano, esto es, el hambre; lo cierto es que también ha instalado una modalidad política y social la cual ha posibilitado el despliegue de narrativas nómades que han atendido a desarticular los discursos de las clases dominantes y oligárquicas que han dominado la sociedad. Ante este despliegue, la olla común se ha revelado como un espacio en el cual se han elaborado lenguajes que reclaman una presencia ahí donde no la tienen. En efecto, dicha presencia se ha construido en el lugar au-dehors en que han situado a los sujetos hablantes de los sectores populares desplazados de las hablas públicas.
En consecuencia, « lo común », en tanto principio político tal como lo sostienen Dardot y Laval, abre nuevos caminos para revisitar el hacer (se) de la olla común. Ahí, donde los sujetos populares puedan desmantelar las narrativas dominantes para restituir contra-narrativas, es que se pueden someter a cuestionamiento los discursos totalitarios y neoliberales que han legitimado un cierto orden de verdad y un sistema de normas que amenazan directamente a la sociedad, incluso en su manejo con el virus.
En relación a las implicaciones que todo ello entraña, el trabajo de « Lo Común » de Dardot y Laval plantea la pregunta por las condiciones de una acción colectiva como una medida de responder al escenario y a la urgencia de hambre y de virus que habita en las clases populares.
Es verdad, que la idea de un destino común no se ha impuesto por la vía de una indispensable cooperación, es por esta razón que ellos evidenciarán una tragedia del no-común (2014 : 14) en el sentido de la imposibilidad de despojarse de los grupos económicos, de las clases sociales y de las castas políticas que, sin la intención de ceder a sus privilegios y a sus beneficios, han prolongado el ejercicio de sus poderes y de su dominación, cuya consecuencia ha sido el debilitamiento considerable de la democracia en tanto espacio de acción y de decisión.
¿Es posible resignificar los espacios urbanos con miras a re-elaborar una memoria de la ciudad y en la ciudad, en el ejercicio del hacer (se) en común?. Quizás, las ollas comunes, a pesar de que su objetivo es literalmente cubrir el hambre, puede abrigar y cobijar « lo común » como aquello que, además, es de suyo inaprensible, puesto que la dinámica que se suscita es de co-habitar y sentir-con en un orden que no es el suyo; sería un « des-orden » que transita en la boca de todos y cada uno; sería una construcción de co-participación y de colectividad. No obstante, las marcas no son directas ya que « lo común » de las ollas comunes fagocita, expulsa pero a la vez invita, compartiendo geografías de sentido que no implican una comunidad identitaria, al contrario es un espacio d’ailleurs en arrancia que se va gestando por flujos corporales comprometiendo voces cómplices.
Finalmente, aquel des-orden de « lo común » puede facilitar un lugar donde el sujeto hablante se sienta que puede concurrir en sus decisiones, es decir, que pueda tomar el control y tomar distancia del monopolio estatal que ha dirigido las vidas nombrándolos como « usuarios » pasivos y como meros consumidores.
_____
Lorena Souyris Oportot. Doctora en Filosofía, Université Paris VIII. Miembro investigadora LEGS (Laboratoire des études de genre et de sexualité, Université Paris VIII, Université Paris Nanterre, CNRS
[1] Conviene especificar que en francés existe una distinción entre d’ailleurs y au-dehors. Por un lado, d’ailleurs quiere decir “por otra parte”, mientras que au-dehors significa “afuera”. Si bien, ambos conceptos hacen referencia a un lugar-otro; lo cierto es que se puede inferir no sólo una categoria espacial, sino también que, dentro de ese espacio-otro, un sintagma “adentro/afuera” se despliega como equivoco, esto es, como un doble sentido.