1. Si hay una consigna que pueda cristalizar la protesta que ha despertado a Chile este octubre, quizá sea “Hasta que valga la pena vivir”. Quien vea en ella una mera retórica se equivoca. No es casual que los mayores de 80 años tengan la tasa de suicidios más alta del país, lamentablemente en aumento. Por cada 100 mil habitantes, el 2013 se alcanzó una tasa de 13,2, la que llegó a 15,4 dos años después. Ha sido Ana Paula Vieira, académica de Gerontología de la Universidad Católica y presidenta de la Fundación Míranos, quien ha venido resaltando este nefasto devenir. Para acentuar aún más el tema de la precarización, porque es la precarización de la vida lo que lleva al suicidio de las y los abuelos, podemos recordar que, según datos de las últimas Estadísticas Vitales del Instituto Nacional de Estadísticas, “en 2015 un 27% de las defunciones se debieron a enfermedades del sistema circulatorio y un 26% a tumores. La incidencia de estas causas ha aumentado considerablemente a lo largo de los años”. Evidentemente se trata de “causas” que podrían detenerse si se contara con el dinero para ello o con un sistema de salud público efectivo. La biólogx feminista Jorge Díaz acaba de escribir en su perfil de Facebook: “En el pabellón de una posta seis mujeres de cerca de 70 años con dolencias en sus rodillas. Las operaciones cuestan en promedio 3 millones de pesos. Con suerte, la mutual de los trabajadores les ayuda a financiar la mitad. La otra mitad la costean con atractivos créditos, varias cuotas, e intereses usureros”. Un reciente video muestra a una señora llorando en el Hospital del Salvador porque tendrá que vender su casa para costear el tratamiento que podría permitirle a su hijo recuperar la visión que le ha arrebatado la represión policial instalada por Piñera, que le destrozó los dos globos oculares. En conclusión: tenemos un sistema de salud y de seguridad social de miseria y un presidente (cuando no la clase política en su conjunto) que no está dispuesto a modificarlo. Esta condición precaria no se soluciona con $ 20.000 pesos más (alrededor de 30 dólares, sí, 30 dólares) para la tercera edad, ni con ayudas económicas para que puedan comprar remedios. Tampoco con un cambio de gabinete o aumentando los impuestos, menos aún si estos se transforman en dinero que el Estado transferirá, a través de los “beneficiados” (nosotros mismos o nuestros familiares), a la empresa privada. “Mis abuelos sobrevivieron a la dictadura, pero murieron en manos de la salud púbica” sentenciaba un cartel.
2. Si a lo anterior comenzamos a sumar el costo de la educación y la forma de su financiamiento, con la banca de intermediaria entre el Estado y las universidades (estudiar medicina en la U. de Chile cuesta anualmente 7.700 dólares); el promedio de los sueldos (550 dólares recibe alrededor del 50% de la población, en un país que contó el 2018 con un PIB per cápita de 15.923,4 dólares), y el costo del transporte y la vivienda, la constatación es que en Chile no se vive, se sobrevive. Que la vida sea digna de ser vivida es un privilegio de unos pocos que tienen mucho. En 2012, Ariel Meller señalaba: “Escuche bien: no hay ningún país del mundo en donde tan pocas familias logren amasar tanta fortuna en relación al país donde viven”. La situación ha cambiado un poco, no tanto, pero ha cambiado. En marzo de este año, el conocido Ranking Forbes nos informaba que a siete de los once multimillonarios chilenos se les redujo su riqueza. Adivine quién se encuentra entre los afortunados que no solo no perdieron, sino que subieron de lugar. Exacto. Siendo presidente, una vez más vemos cómo Sebastián Piñera mejoró el puesto que ocupa en este ranking. Por cierto, luego de Iris Fontbona, la persona más rica del país, y que supera con creces al resto, se encuentra Julio Ponce Lerou, el ex yerno de Pinochet enriquecido en los años de la dictadura y hoy infamemente conocido por el caso cascadas. Pero no solo con multi o tri millonarios se explota a un pueblo y sus recursos. Este octubre, hace solo unos días, acaba de aparecer el Informe de la riqueza mundial 2019, publicado por el banco Credit Suisse, en el que se lee: “Chile tiene la mayor riqueza por adulto en América Latina. La comparación con sus vecinos es sorprendente. El PIB de Chile por adulto es solo un tercio más alto que el de Argentina y 70% mayor que el de Brasil, pero su riqueza promedio es más de cinco veces mayor que la de Argentina y más del doble que la de Brasil. Desde el cambio de siglo, la riqueza per cápita ha aumentado a una tasa promedio anual de 6.5% en dólares estadounidenses. En los últimos dos años, este crecimiento se ha vuelto ligeramente negativo en dólares estadounidenses, pero la riqueza por adulto ha seguido aumentando en términos de moneda nacional real”. Y termina concluyendo: “Según nuestras estimaciones, Chile tiene 64.000 millonarios [que cuentan con fortunas de alrededor de 1 millón de dólares] y 70.000 adultos que se encuentran entre el 1% de los principales poseedores de riqueza mundial”. Para el 2015, 12 mil de estos súper ricos recibían en ingresos un promedio de $48 millones mensuales. Esto en un país que no supera los 18 millones de habitantes y que cuenta con un sueldo mínimo mensual de $ 300.000 (413 dólares). Se comprenderá entonces porqué Sebastián Piñera sacó los militares a la calle al segundo día de protestas. Contando con la quinta fortuna más grande del país, debe proteger a la elite de la cual forma parte. De acuerdo a la información proporcionada por la Fundación Sol al 2017, en Chile hay casi 1 millón de asalariados que no tiene contrato de trabajo, de los cuales el 80% gana menos de $420.000. En contrapunto, según información entregada por el Instituto Nacional de Estadísticas para el mismo año, un 1,7% gana sobre 3 millones. Son datos importantes, porque no solo debemos ver el sueldo, sino también la existencia o no de contrato, cuestión que contribuye aún más a la precarización de la vida.
3. Cuando los muchos que tienen poco, muy poco, se levantan para recuperar la vida que se les expolia, el empresariado ha respondido de manera inmediata con una brutal represión policial-militar. Hemos visto el mismo modus operandi a lo largo de todo el país. Incluso en pequeñas ciudades o localidades la fuerza con la que han atacado las pacíficas movilizaciones o la que no han ocupado para detener incendios y saqueos, se repite. Incluso la “buena onda” de algunos militares responde a protocolos de guerra. Pero esta élite no solo responde con policías y militares. También cuenta con otra fuerza que opera a distancia, pero que resulta tan peligrosa como la ejercida mediante la violencia directa. Porque esta élite es respaldada por los medios de comunicación de los que son dueños y sus periodistas, quienes constituyen parte de lo que Jeffery Winters llama la “‘industria de la defensa de la riqueza’”. No hace mucho, en 2015, en un reportaje publicado por Ciper dedicado a las “estrategias de la elite chilena para evitar alzas de impuestos”, Juan Andrés Guzmán señaló que esta industria se encuentra compuesta por profesionales “que piensan no solo en cómo hacer más ricos a sus empleadores, sino en cómo imponer políticamente las ideas que los benefician. Ningún otro actor social cuenta con ese dispositivo, que produce desde mecanismos de elusión tributaria hasta argumentos, donde se presentan las normas que benefician a los más ricos como buenas para todos. Winters acusa que esa industria puede construir sistemas complejos, donde los ciudadanos no pueden elegir. Los casos de colusión de productos, y de financiamiento de la política se ajustan a esta descripción”. Uno de los discursos que emplea esta industria es el de la migración, a la que le endilga la falta de trabajos o la precarización de los sueldos, a pesar de que la misma élite opera internacionalmente, trabajando con ejecutivos de cualquier país o contratando mano de obra migrante a la que le paga a destajo. Abogados, políticos de diversas tendencias (como los financiados por Ponce Lerou), ingenieros y periodistas constituyen el círculo lacayo que protege la reproducción concentrada de la riqueza. En el mismo reportaje, se menciona la investigación de Tasha Fairfield, interesada en develar “cómo se relacionaban la democracia y la desigualdad y preguntarse por el rol que tenían los políticos en esa relación”. Ello dado que le resultaba llamativo que en Chile la supuesta democracia favoreciera a unos pocos y aumentara la desigualdad. De otra manera: ¿por qué habiendo tanta desigualdad, los más ricos pagan tan pocos impuestos, si es con estos que se puede implementar una efectiva seguridad social? Sintetiza Guzmán: “Su investigación apunta a describir y analizar las estrategias que usó la elite chilena para imponer su idea de bajos impuestos para los más ricos, idea contraria a lo esperable en un país donde la mayoría gana menos que el ingreso medio y que ha sido gobernado por una coalición de centro izquierda. Es decir, investigó qué permitió que las estrategias de la elite chilena fueran exitosas”. Uno de los puntos claves de Fairfield estriba en determinar lo que bien podríamos llamar “conciencia de clase”, pues es solo gracias a esta que las élites chilenas han podido crear, mantener y reproducir sus fortunas. Como le señaló un ex presidente de la CPC a Fairfield: “La gente de negocios en Chile está absolutamente unida. Nosotros podemos disputar cientos de cosas, pero cuando es necesario pasar a la acción en situaciones complejas, el mundo empresarial tiene una sola voz. Y eso ha sido así desde que la CPC existe”. La Confederación de la Producción y el Comercio (CPC) es el órgano (cuasi familiar, por cierto) a través del cual la gente de negocios ha logrado mantener su poder, con la UDI y RN actuando como sus representantes (su brazo armado) en el Congreso y, hoy, en el Gobierno. ¿Con qué órgano similar cuentan los muchos que anhelan una vida que valga la pena vivir?
4. Que Chile, constituido con un territorio bastante pequeño, tenga tantos millonarios, no es azaroso. Ello solo es posible, por un lado, gracias al nivel de explotación al que sobrevive la mayor parte de la población y, por otro, a las privatizaciones corruptas realizadas durante la dictadura. La violencia que hemos soportado explicita que los tiempos mejores no son para todas y todos; solo para esas 70 mil personas que ya lo tienen todo, y que aún así quieren más. Pero esta violencia no es nueva. Fuerzas especiales de Diamela Eltit nos hace pensar que la constante y brutal represión de los márgenes fue liberada para enfrentar a todo aquel o aquella que ose protestar, levantando la voz o una olla y una cuchara. Porque el neoliberalismo dejó de seducir con la tarjeta de crédito, dispositivo, por cierto, con el cual hoy una parte importante de la población paga en cuotas el costo de la comida mensual. Esta era su máscara, tras la cual vemos que se encuentra el capital tout court. El capital que nos transforma en mercancía y nos hace relacionarnos entre nosotros como si fuésemos cosas; el capital, que transforma nuestro trabajo en plusvalía, esto es, “apropiación del trabajo no pagado”. Porque solo tratándonos a los muchos como cosas y apropiándose de lo que hacemos es que los pocos se enriquecen. Los ricos no son ricos porque cuenten con dinero, industrias o empresas. Lo son porque pagan una mierda por un trabajo que cuesta muchísimo más, y lo pueden hacer porque han logrado implementar los dispositivos legales que se lo permiten, contando para ello, como hemos señalado, con una industria que defiende lo que han acumulado gracias a nuestro trabajo. Pero también gracias a nuestro consumo. Los ricos generan plusvalía porque nosotros compramos sus mercancías y lo hacemos cada vez más porque la industria que lo defiende ha creado las condiciones legales y materiales para ello, destruyendo los pequeños negocios, el trabajo artesanal y todo lo que no responda a su lógica extractivista. De ahí que lo que hoy necesitamos es una nueva constitución hecha desde los muchos que han decidido que su futuro no es el del suicidio, sino el de una vida que valga la pena vivir. La Asamblea Constituyente, proceso que hoy retoma lo adelantado hace unos años, nuevamente está en marcha a través de los diferentes cabildos que se han comenzado a realizar en varias ciudades de país. Solo este proceso podrá lograr una democracia sin precarización de la vida.
5. Pero para que valga la pena vivir se debe defender no solo lo humano, sino lo viviente en un sentido amplio. La nueva constitución que nos daremos deberá respetar la vida humana, animal y vegetal, porque de lo contrario no habrá mundo en el cual vivir, ni siquiera en las mejores condiciones, porque lo que se ha dado en llamar antropoceno, esto es, una nueva nueva era geológica, no distingue los pocos de los muchos, pero nos corresponde a los muchos recuperar el mundo que nos han arrebatando los pocos. Como ha señalado recientemente el historiador Dipesh Chakrabarty, “la crisis subsiguiente para los seres humanos no es comprensible si no se resuelven las consecuencias del calentamiento [global]. Las consecuencias solo tienen sentido si pensamos en los seres humanos como una forma de vida y si miramos la historia humana como parte de la historia de la vida en este planeta. Porque, en definitiva, lo que el calentamiento del planeta pone en peligro no es el planeta geológico en sí, sino las condiciones, biológicas y geológicas, sobre las que descansa la supervivencia de la vida humana tal como se ha desarrollado en el Holoceno”. No es el planeta el que se extinguirá, sino nosotros como especie. Estos días de violencia y represión no se suman solo a la colusión de supermercados, farmacias, isapres, bancos y administradoras de fondos de pensiones; también a las usurpaciones de tierras indígenas y de recursos naturales, a la destrucción de la tierra y su biodiversidad. No basta entonces con mejores sueldos y pensiones (cuestión fundamental, por supuesto) si no cambiamos nuestros modos de vivir, esto es, de agotar el mundo que habitamos. Ya sabemos cuáles son las consecuencias del hiperconsumo. Todavía un tercio de la comida mundial se pierde o se tira. La ropa es uno de los mayores contaminantes del planeta, junto a la producción de carne y de soya, todo lo cual junto a la obsolescencia programada nos ha transformado en verdaderos agentes geológicos. Ello, escribe Chakrabarty, nos endilga una fuerza “a una escala parecida a la que hubo en aquellos tiempos en que se produjo una extinción masiva de especies”. Por supuesto que nuestra responsabilidad no se compara con la de Zara o Microsoft o cualquier otra megaempresa, pero tampoco podemos continuar como si no pudiéramos hacer nada al respecto, como si no estuviéramos enterados de la crisis ecológica que estamos enfrentando. La revolución alienígena vino de este planeta y alienígena al capital ha sido la forma en que hemos respondido a la élite y su industria de la defensa. La vida extraterrestre se refiere a formas de vida que tienen su origen fuera de este planeta, y si este planeta está dominado por el capital, la revolución alienígena deberá entonces crear un modo de habitarlo que no lo reproduzca. Hemos tenido una semana sin grandes supermercados, sin grandes tiendas, e incluso sin muchas pantallas. Hemos compartido lo que tenemos y nos hemos cuidado como no pensábamos que podíamos hacerlo. Y sí, la vida ha sido dura y hermosa al mismo tiempo. Por lo menos para aquellxs que no hemos perdido un familiar. En memoria de las y los asesinados, así como también de quienes han sido golpeados y heridos, que con una olla y una cuchara apostaron por un mundo distinto, debemos continuar “hasta que valga la pena vivir”. Por ello es que “la calle no se abandona”. La calle, sin embargo, no debe reducirse a las marchas. La calle es también la conversa con vecinos y familiares que piensan distinto; son las reuniones para pensar juntos la constituyente, la educación y salud que requerimos; la vejez que anhelamos; es nuestro espacio de trabajo y nuestra relación con las cosas. La calle es el mundo que nos rodea, la biodiversidad, lo común que los muchos vamos a recuperar para hacer que valga la pena vivir cada suspiro. Por los que no están, por los que están y por los que vendrán.
Ediciones mimesis, octubre 2019
Tirzo gomez
octubre 31, 2019 at 9:17 amEsa es la idea que valga la pena vivir,
No es agradable trabajar, luchar para sobrevivir y llegar a viejo el resultado no fue suficiente, entiendo los suicidios de los adultos mayores yo haría lo mismo que ya no les quedan herramientas ni energía para seguir luchando… después de sobrevivir en la esclavitud moderna