Colonia, 31 de mayo. Alemania posee desde hace dos semanas una Asamblea Nacional Constituyente, emanada de unas elecciones de todo el pueblo alemán[1].
El pueblo alemán había conquistado su soberanía en las calles de casi todas las grandes y pequeñas ciudades del país, y en particular en las barricadas de Viena y Berlín. Y había ejercido esta soberanía en las elecciones a la Asamblea Nacional.
Lo primero que tenía que haber hecho la Asamblea Nacional era proclamar en voz alta y públicamente esta soberanía del pueblo alemán.
Lo segundo, elaborar una Constitución alemana basada en la soberanía del pueblo y eliminar en Alemania todo lo que se hallase en oposición al principio de soberanía popular.
Durante las sesiones debió tomar las medidas necesarias para frustrar todos los intentos de la reacción, para afianzar el terreno revolucionario sobre el que pisaba, para salvaguardar contra todos los ataque la conquista de la Revolución, que era la soberanía del pueblo.
Pues bien, la Asamblea Nacional alemana ya ha celebrado una docena de sesiones y no ha hecho nada de eso.
En cambio, ha garantizado la salvación de Alemania mediante los grandiosos hechos siguientes:
La Asamblea Nacional ha reconocido que necesitaba un reglamento, pues sabido es que dos o tres alemanes no pueden reunirse sin acordar unas normas reglamentarias en que se diga cómo han de hacerse las cosas. Un maestro de escuela cualquiera, habiendo previsto el caso, se encargó de redactar un reglamento especial para la alta Asamblea. Fue puesta a votación la aprobación provisional de este trabajo escolar; la mayoría de los diputados no la conocía, pero la Asamblea lo votó sin el menor reparo, pues ¡qué iba a ser de los representantes de Alemania sin un reglamento? ¡“Fiat reglementum” partout et toujours![2]
El Sr. Raveaux, de Colonia, presenta una propuesta absolutamente nada caprichosa sobre los posibles conflictos entre la Asamblea de Fráncfort y la de Berlín[3]. Pero la Asamblea deliberando acerca del reglamento definitivo y, aunque la propuesta de Raveaux era urgente, aún lo es más el reglamento. Pereat mundus, fiat reglementum[4]. No obstante, la sabiduría de aquellos burgueses de empalizada[5] designados por una elección no puede hacer menos que decir algo acerca de la propuesta de Raveaux; y poco a poco, mientras se sigue discutiendo si debe darse prelación al reglamento o a la propuesta, se presenta cerca de dos docenas de enmiendas a ésta. Se platica acerca del asunto, se habla, se dan largas, se arma ruido, se deja pasar el tiempo y se aplaza la votación del 18 al 22 de mayo. El 22 se vuelve a poner el asunto a discusión; llueven nuevas enmiendas y nuevas digresiones, hasta que, por último, tras largos discursos y varios forcejeos, se acuerda enviar a las comisiones el asunto ya puesto a la orden del día. Afortunadamente, ha transcurrido el tiempo, y los señores diputados se van a comer.
El 23 de mayo comienza la disputa en torno al acta; en seguida, vuelven a recibirse innumerables propuestas y ya se dispone la Asamblea a pasar al orden del día, es decir, el amadísimo reglamento, cuando un diputado por Maguncia, Zitz, informa acerca de las brutalidades cometidas por las tropas prusianas y de los despóticos abusos del comandante prusiano en aquella ciudad. Se trataba, indiscutiblemente, de un intento indiscutible y consumado de la reacción, de un caso que correspondía específicamente a la competencia de la Asamblea. Había que exigir cuentas al arrogante soldado que, casi ante los mismos ojos de la Asamblea nacional, osaba amenazar a Maguncia con un bombardeo; había que proteger a los inermes vecinos de la ciudad, en sus propias casas, de las brutalidades de una soldadesca lanzada y azuzada en contra de ellos. Pero el Sr. Bassermann, el aguador badense, declara que solo se trata de bagatelas; que hay que dejar a Maguncia a su propia suerte, que todo pasará, que la Asamblea está reunida deliberando el interés de toda Alemania acerca de un reglamento. ¿Y, En efecto, qué significa en realidad el bombardeo de Maguncia comparado con un reglamento? ¡Pereat Moguntia, fiat reglementum![6] La Asamblea, no obstante, tiene un corazón blando, y elige una comisión que debía trasladarse a Maguncia para instruir la causa, tras lo cual llegó el momento de levantar la sesión para ir a comer.
Por último, el 24 de mayo perdemos el hilo parlamentario. Al parecer el reglamento o se ha acabado o se ha dejado de lado, en cualquier caso, no volvemos a oír nada de él. En cambio, cae sobre nosotros una verdadera granizada de bien intencionadas propuestas, en las que numerosos representantes del pueblo soberano se empeñan en poner de manifiesto la tozudez de su “limitada inteligencia” de súbditos.[7] Viene luego una serie de mociones, peticiones, protestas, etc.… hasta que, por último, el sumidero nacional arrastra numerosos, interminables discursos. No debemos, sin embargo, dejar de lado que esta sesión fueron consignados cuatro comités.
Finalmente, pide la palabra el Sr. Schlöffel. Tres ciudadanos alemanes, los Srs. Esselen, Pelz y Löwenstein, han recibido órdenes de abandonar Fráncfort antes de las 4 de la tarde del mismo día. La sabia y prudente policía afirmaba que los susodichos señores habían concitado contra sí el enojo de los vecinos de la ciudad por sus discursos ante la Sociedad obrera, razón por la cual debían ser expulsados ¡Y la policía se permitía proceder de esta manera después de haber sido proclamado por el Parlamento el derecho de ciudadanía alemana[8] y después que este derecho había sido reconocido por el proyecto de Constitución de los diecisiete compromisarios”[9] (hombres de confianza de la Dieta) el tiempo apremia! El Sr. Schlöffel pide la palabra sobre este asunto; le es denegada y exige que se le deje hablar acerca de la urgencia de la cuestión, cosa que el reglamento autoriza, pero esta vez la consigna es: ¡Fiat politia, pereat reglementum![10] Naturalmente, había pasado el tiempo y era ya hora de irse a casa a comer.
El día 25, las cabezas de los diputados, cargadas de ideas vuelven a doblarse bajo la masa de las propuestas presentadas como las espigas de trigo maduras bajo el vendaval. Dos diputados intentaron hablar de nuevo sobre el asunto de las expulsiones, pero también a ellos se les niega la palabra, incluso para considerar la urgencia del asunto. Algunas mociones, sobre todo una de los polacos, revestía mayor interés que todas las propuestas de los diputados. Por fin, se concede la palabra a la Comisión enviada a Maguncia. Declara que no podía informar sino hasta el día siguiente; pero por lo demás, como es natural, el informe llegó demasiado tarde cuando ya 8 000 bayonetas prusianas habían restablecido el orden, después de haber desarmado a 1 200 guardias cívicos. Entretanto podía pasarse al orden del día. Así se hizo, en efecto, poniéndose sobre el tapete el orden del día, es decir, la propuesta de Raveaux. Pero como este asunto, en Francfort, aún no estaba listo para afrontarse y en Berlín hacía ya mucho tiempo que había perdido su razón de ser por un rescripto de Auerswald, la Asamblea Nacional acordó posponer el asunto hasta el día siguiente e irse a comer.
El 26 volvieron a anunciarse miríadas de propuestas, después de los cual la Comisión de Maguncia pasó a rendir su definitivo y muy ambiguo informe. Fue ponente el Sr. Hergenhahn, ex diputado y ministro interino. Aunque el informe no podría ser más moderada, la Asamblea, tras una larga discusión, encontró que incluso este sumiso informe resultaba demasiado fuerte. Acordó dejar a los maguncianos a merced de los prusianos al mando de un húsar y pasó al orden del día, después de expresar su “confianza en que los gobiernos cumplirían con su deber”, El punto central del orden del día era, naturalmente, que los señores representantes se fuesen a comer.
Por último, el 27 de mayo, tras largos preliminares acerca de la lectura y aprobación del acta, se puso a discusión la propuesta de Raveaux. Se habló en pro y en contra hasta las dos y media, hora en que los diputados se fueron a comer. Pero esta vez la Asamblea celebró una sesión vespertina y el asunto llegó, por fin, a una solución. Como, en vista de la excesiva lentitud de la Asamblea Nacional, el Sr. Auerswald había liquidado la propuesta Raveaux; el Sr. Raveaux aceptó una enmienda del Sr. Werner, en al que, por razón de la soberanía del pueblo, no se afirmaba ni se negaba nada.
Las noticias que poseemos acerca de la Asamblea Nacional no van más allá. Pero tenemos todas las razones para creer que, una vez tomado el acuerdo anterior, se levantaría la sesión para ir a comer. Y si esta vez llegaron a comer tan pronto fue gracias a las palabras de Robert Blum:
“Señores: si dan ustedes cima al orden del día de hoy, todo el orden del día de la Asamblea podría acortarse de un modo extraordinario”
[1] Engels, se refiere a la Asamblea Nacional de Francfort que se reunió el 18 de mayo de 1848 en la iglesia de San Pablo, en Francfort de Meno. En la solemne apertura de sus sesiones, constituida por 384 diputados [122 funcionarios de la administración, 95 magistrados, 103 universitarios, 81 abogados, 21 eclesiásticos, 17 industriales y hombres de negocios, 15 médicos, 12 oficiales, 40 terratenientes] no había ningún obrero ni pequeño campesino. Sus debates fueron una sucesión interminable de huecos e inútiles discursos. Las citas que de ellos hacen Marx y Engels se basan en las actas taquigráficas de los debates, recogidos en Actas taquigráficas de los debates de la Asamblea Nacional alemana de Fráncfort del Meno.
[2] ¡Hágase un reglamento, siempre, en todas partes!
[3] El 19 de mayo, el diputado Raveaux propuso que los diputados prusianos que pertenecían al mismo tiempo a la Asamblea de Francfort y la de Berlín tuvieran derecho a ajercer los dos mandatos, y así lo dispuso un decreto del Ministerio del Interior.
[4] Aunque el mundo se hunda, ¡hágase un reglamento!
[5] En la Edad Media, algunos vecinos establecidos en los aledaños de las ciudades (más allá de las empalizadas) obtenían en algunas ocasiones el derecho de vecindad al contribuir a la defensa militar de la ciudad. En sentido figurado, se deba este nombre a la gente venida del campo a la ciudad y que se hallaba en un nivel cultural más bajo que la burguesía urbana.
[6] ¡Que se hunda Maguncia, pero hágase un reglamento!
[7] Frase del ministro del Interior de Prusia que se hizo famosa.
[8] En el “Preparlamento”, reunido en Francfort del 31 de marzo al 4 de abril de 1848, deliberaron representantes de los estados alemanes, miembros de las asambleas por estamentos o delegados de una asamblea popular, partidarios en su mayoría de una monarquía constitucional. Este “Preparlamento” acordó convocar una Asamblea Nacional de toda Alemania y redactar un proyecto sobre los “derechos fundamentales y las reivindicaciones del pueblo alemán”, en el que se proclamaban ciertas libertades civiles, pero sin atentar contra los fundamentos del régimen semifeudal absolutista. En abril de 1848, el “Preparlamento” eligió una comisión de cincueta miembros, con una mayoría liberal, que actuó hasta el momento de constituirse la Asamblea Nacional.
[9] Estos “compromisarios” u “hombres de confianza” represetnaban a los gobiernos alemanes conovados por la Asamblea Federal, que era el órgano central de la Confederación alemana. Deliberaron en Francfort del 30 de marzo al 8 de mayo de 1848 y elaboraron un Proyecto de Constitución del Imperio, concebido bajo el espíritu monáquico-constitucional dominante.
[10] ¡hágase la policía, aunque se hunda el reglamento!
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[Neue Rheinische Zeitung, núm. 1, 1 de junio de 1948. Tomado de Carlos Marx, Feredico Engels. Las revoluciones de 1848. México: FCE, 2000, pp. 43-48]